“La suerte está echada” (o Álea iacta est en latín) es una frase universalmente conocida y utilizada en nuestra lengua para hacer referencia a aquellas decisiones que hemos tomado y que han llevado a alguna situación determinante de nuestra vida, a un punto de inexorable no retorno. Tal y como pasa en la excitante trama de “Tragafortuna”, obra escrita por el genial dramaturgo Ángelo Condemarín, ganadora de la última edición del Concurso de Dramaturgia Peruana “Ponemos tu obra en escena”.
En esta representación, seguimos de manera casi íntima la historia de Carolina, una ludópata empedernida que justifica su adicción por los tragamonedas aludiendo que el pasar la mayor parte de su vida dentro de un casino es un trabajo digno como cualquier otro. Además, la razón por la que hace esto es alcanzar su más grande objetivo: recuperar la fortuna que años su madre perdió, lo que a su vez llevaría a esta última a tomar la trágica decisión de quitarse la vida.
Este fatídico hecho quedaría marcado en la memoria y psique de una joven Carolina y el cual, de alguna manera -y como mencioné al inicio-, moldearía su destino, “echaría su suerte” o, como diría Vargas Llosa:“la jodería para siempre”; hasta convertirla en lo que hoy es: un ser cuya voluntad le ha sido ya arrebatada y lo único que le queda es un espejismo de libre elección, con el cual emprende la hilarante tarea de convencer a un grupo variopinto de personajes cercanos a ella, incluyendo una funcionaria que rescata ludópatas, de ayudarla a jugarse el todo por el todo y conseguir el premio mayor en una noche que, sin saberlo, podría cambiar el rumbo de su desordenada vida.

Harol Espinoza Rojas
Sin afán de narrar spoilers, solo quiero concluir mencionando que el mensaje del acto final de la obra, desde mi punto de vista, nos recuerda a un extracto del famoso texto de Cortázar “Me caigo y me levanto”: “Teóricamente a nada o a nadie se le ocurría recaer pero lo mismo está sujeto, sobre todo porque recae sin conciencia, recae como si nunca antes […]”.