Convivir es imposible. Nuestra experiencia como seremos humanos está directamente relacionada con la incomunicación, dicho de otro modo: incomprensión. Los textos de Harold Pinter suelen presentarnos esta contrariedad: Mientras más intentamos acercarnos, más nos estamos separando.
La dirección de Mikhail Page nos recuerda que estamos aquí más para cuestionar que para resolver. No se trata de conocer las motivaciones del otro, sino de que no podemos comprenderlas y eso es un tema que ocurre actualmente, como también ocurrió en todos los tiempos. Por eso es que siempre es desafiante poner a un clásico en escena.
Entonces el futuro (en la puesta) no es tan diferente al tiempo que vivimos hoy, o quizás, solo quizás, no sea tan diferente de 1960, fecha en la que fue estrenada la obra. “El cuidador” nos presenta a dos hermanos (Aston y Mick) y un vagabundo (Davies) . Este último intentará acomodarse a la menor oportunidad que se le presente.
En cierto modo la obra es una metáfora de la confianza. Astón quiere construir un cobertizo y se pasa la obra hablando de ese gran objetivo, nunca ocurre. Davies habla de recoger sus papeles en Sidcup, pero nunca va. Mick se apasiona por la decoración de interiores, pero quiere que Davies lo haga. Entonces, ¿Podemos realmente confiar en alguien que nos dice que hará cosas pero no las hace?
La contradicción es algo innato en las personas. Pensemos en Davies quejándose de los extranjeros, cuando él es uno. No es casual que al entrar al teatro del Británico lo primero que leemos es la palabra Inmigrants out, en una suerte de telón. De inmediato aparecen temas como el Brexit, el racismo, la imposibilidad de la convivencia.