Es tan natural tenerla cerca de nosotros que nos olvidamos de lo importante que es la luz. Nos acompaña a todos lados, hoy desde nuestros teléfonos y siempre con los rayos del sol. Significa vida, salud, incluso progreso; es la señal que ilumina el sendero para salir adelante. Es lo que permite a muchos levantarse y seguir trabajando por su familia y por ellos mismos.
En “El fuego que hemos construido”, Andrés, Gustavo, Alex y Cristóbal perdieron su luz. Lo que para el público era una simple tela que los dividía de los actores en escena, simboliza lo marginada y desconocida que era la vida de los personajes que encarnaban. Porque con el paso de las líneas y las discusiones entre los mismos, uno puede conocer los motivos que los ha llevado a conocerse en ese contenedor.
Descubrimos que solo las responsabilidades con las que deben cargar y los objetivos que desean cumplir son los que los mantiene de pie, para seguir esforzándose por un trabajo que se burla de sus deseos y anhelos. Su recompensa, un pequeño sueldo semanal, no representará jamás todo lo que han decidido sacrificar.
Esta obra nos pone frente a la realidad del mundo laboral. Sin importar las condiciones y privilegios, uno puede reflejarse en la vida de uno de estos cuatro jóvenes. Al salir del teatro, nos volvimos parte de un secreto a voces, que lamentablemente, nos seguirá acompañando por mucho tiempo. Solo nos queda ser conscientes que nunca, por ningún motivo, podemos dejar que nos apaguen nuestra luz.