Faltarían poco más de 60 años para situarnos en el universo que plantea “2084”, pero al terminar de verla, sabes que esta situación no es tan ficticia ni lejana como parece.
Si bien la obra es una adaptación a un clásico de George Orwell, ”1984”, no es necesario haberla leído para captar y reflexionar el mensaje. Situado en un futuro distópico, donde el ambiente es frío y deshumanizado, los individuos deben rendir cuentas a una figura superior, la cual no solo les da órdenes, sino que observan y manipulan cada movimiento y pensamiento suyo con la excusa de “preservar el bien común”. ¿No suena un poco a nuestra dependencia por la tecnología? O tal vez a la infinita carga de información a la que nos sometemos día a día sin poder separar entre la que es real y la que no.
Cada elemento en escena parece ser colocado con sumo cuidado para introducir al espectador en este universo. El uso del blanco, la transparencia y la iluminación dura, tanto en utilería como en vestuario, transmite la falta de vitalidad en la ficción, y por ende la necesidad de pureza y pulcritud en la vida de los personajes. La virtualidad no le quita la esencia teatral, sino que ayuda a impulsar las acciones con elementos tecnológicos, como videollamadas entre personajes, el uso de proyecciones y apoyo audiovisual para introducirnos aún más en la mente de Winston, el protagonista.
Con un final agridulce, “2084” es una obra que vale la pena ver en estos tiempos, para disfrutarla como lo que es, una increíble historia teatral; pero, sobre todo, para ayudarnos a reflexionar sobre lo que nos rodea.